DE VASKO PARA LAURA premios MATOS RODRIGUEZ 2010 Rubro Danza: LAURA LEGAZCUE Rubro Músico: EDISON BORDON Rubro Canto: OLGA DELGROSSI Rubro Difusión: BORIS PUGA LAURA LEGAZCUE-Achieved the Condor de oro 2005.San Luis.Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.Joven Sabresaliente Juan Herrera.Premio Matos Rodriguez,Uruguay 2010.Galardones en Japon,Italia,Finlandia,Peru,España,Malasia
LAURA LEGAZCUE-Achieved the Condor de oro 2005.San Luis.Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.
lunes, 6 de abril de 2015
MILONGAS
Julio Melo
3 de abril a la(s) 22:31
“...y me quieren dar la cana por envidia o por rencor”
Como un hilo invisible, la envidia enhebra a los bailarines alrededor de la pista y las mesas. Pecado capital del que nadie se salva. Los del fondo envidian a los de primera fila. Los que están en pareja a los solos, y los solos a los que van de a dos. Los jóvenes, la experiencia y los mayores, la frescura. Los que trabajan temprano a los que pueden quedarse hasta cualquier hora, los desocupados a los que tienen trabajo. Los extranjeros a los porteños y los locales a los que vienen a robar chicas o milongueros.
Señor feúcho, gordito y maduro. La diosa va dormida sobre su pecho, con una sonrisa que es puro placer. ¿Qué encanto secreto tendrá ese hombre? El buen mozo los mira. ¿Cómo confesarse a sí mismo que está deseando estar entre los brazos de él para ver qué siente ella?
Envidia siente la amiga que la mira de reojo mientras se debate en el torpe abrazo de un pretencioso, más preocupado por ver cómo lucen sus figuras que por cómo se siente ella.
Es nueva, se sabe atractiva y enseguida es acosada por los mejores bailarines. Después de un par de tandas se queda “con la ñata contra el vidrio”84 contemplando envenenada a la gordita ágil y sensual que recupera a sus galanes en busca de confianza y armonía.
En una mesa cualquiera, un trío de “mal bailadas” envidia a las lindas, a las jóvenes, a las que bailan bien, a las que no planchan nunca. Despiadadas, les critican desde el abrazo hasta la pilcha. Ni los hombres se salvan. Convencidas de que ellos tienen todas las ventajas, los observan con mal contenido odio, ¡y después se quejan de que no las sacan!
Ella parecía inaccesible. Una noche aparece acompañada, y el candidato despierta la envidia de los fieles seguidores. Siempre me toca perder, se lamenta en silencio un pretendiente melancólico. A esa no la bailo más, se resiente indignado otro. Entonces no era imposible, reflexiona un tercero, quizá después yo tenga mi oportunidad.
Hay parejas estables, novios de larga data, matrimonios y algo más que despiertan la envidia y la maldad de solitarios y francotiradores. Bailan entre ellos y con todos. ¿Son cómplices? ¿él es un entregador y ella una ingenua?, se preguntan con curiosidad y cierta malicia. ¿Y los celos? ¿Se los tragan o no los sienten? Los pájaros de mal agüero les pronostican rupturas y cosas peores. Ellos siguen allí con una solidez que asombra y se dan el lujo de derrochar simpatía y compañerismo.
Envidia sienten los que no bailan cuando sus amigos de siempre empiezan a frecuentar las milongas. “Me gustaría ir a conocer”, dicen. Pero nunca les viene bien. La venganza llega insidiosa pero inevitable. Los dejan de llamar para salir. No los invitan a sus fiestas. La excusa es que ahora que bailan, están en otra.
Finalmente en la Milonga cada uno aspira a pasar de envidioso a envidiado. Aunque están los que no tienen remedio. “Como con bronca y junando”85, espían rencorosos las riquezas del vecino. Otros terminan por entender que la envidia bien entendida es el primer paso para aprender. Y se la bancan.
Del Libro El Bazar de los Abrazos de Sonia Abadie
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2 de abril a la(s) 22:06
A fuego lento
A fuego lento se cocina la milonga. Temprano está fresco, la ropa recién planchada, el maquillaje y el pelo de las mujeres impecables.
Un par de horas más tarde el lugar está que hierve, de calor y entusiasmo. Ya han llegado todos y un poco más, y la pista está tan llena que prácticamente no se puede bailar. Angurrientos, nadie quiere perderse una tanda. Los amigos se saludan de lejos, alertas como centinelas, para no perder la perspectiva sobre los manjares expuestos. La mujer no se mueve de su mesa, señuelo apetitoso a la espera de su presa.
Entre tanto se cocinan otras cosas. Historias dulces o picantes, a veces amargas también.
Algún gallo veterano, de esos que ya no se cuecen en un sólo hervor, baila con las que le gustan menos para precalentar, para hacerse desear por la elegida, reservársela para las últimas tandas y degustarla más cerca de la hora de partir.
Sabe que no hay que poner de entrada toda la carne en el asador. Si empezara demasiado temprano tendría que bailar con ella toda la noche o dejarla en manos de los buitres, a riesgo de que se le pase el efecto de su seducción. Algunos menos pacientes apuran el lance y salen como gato escaldado.
También hay chicas que se queman. A la más golosa le cuesta esperar, y encara de entrada al mejor bombón. Tendrá que sostener el interés bailando varias tandas y poniéndose en evidencia. Después no la saca más nadie. Él entonces la pone a dieta bailando con otras, mientras se la reserva, calentita, para el final.
Las más prudentes se entretienen con un incauto que es el que calienta la pava para que otro se tome los mates.
Pero tarde o temprano todos tendrán su revancha. La venganza es un plato que se come frío. A la que le tocaron las sobras, mañana le tocará el plato fuerte. El que hoy fue aperitivo, mañana será la cereza del postre.
Sobre el final de la milonga queda el fondo de la olla, el concentrado, la esencia. Hecha de miradas que se perdieron y no llegaron a destino, de sudores y perfumes mezclados, de promesas, de pasos perdidos, de sueños caídos.
Van quedando pocos, en general buenos bailarines o algún achispado que se siente muy solo para volver a su casa. Las chicas, de a dos o tres, amigas entre ellas.
Ahora es la oportunidad para saborear a aquel o aquella a quien uno le tiene hambre hace tiempo y siempre se quedó con las ganas. Se baila informalmente, se hacen bromas de una pareja a otra, hay mucho espacio en la pista, el clima es de confianza, de compañerismo. Cosas que hubieran sido impensables un par de horas antes, ahora pueden suceder. En la puerta de la milonga se propone compartir un taxi, “te llevo” o “llevame”, se pregunta “¿quien va para tal lado?”. Todo el mundo está demasiado cansado como para otro tipo de preocupaciones.
Uno creería que estas cosas suceden sólo en las madrugadas. Pero también hay milongas vespertinas en las que no se ve la luz del día y se pierde la noción del tiempo, en las que se amanece a las diez de la noche, agotados y colmados como después de un largo festín.
Del Libro El Bazar de los Abrazos de Sonia Abadie
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